Para apreciar Bruselas hay que mirar al cielo. Las alturas de la capital belga están serradas de pináculos. Torres medievales y agujas de iglesias y catedrales asaetean las nubes. Entre todas estas maravillas del gótico, el modernismo y el art nouveau, desafina un edificio que parece arrancado de su lugar de origen y trasplantado aquí.
Una torre japonesa de 40 metros de altura desentona en el plomizo cielo de Bruselas. El rey belga Leopoldo II la compró, efectivamente, a otro país, pero no fue a Japón sino a Francia.
La exposición Universal de París de 1900 maravilló al mundo con sus construcciones. No tenía una Torre Eiffel (esa se inauguró en la de 1889) pero presentó otros edificios tan icónicos como la estación de Orsay (ahora Museo de Orsay), el Petit Palais, el Grand Palais y el puente Alejandro III. Sin embargo, lo que más impresionó al rey belga fueron una torre japonesa y un pabellón chino.
Decidió comprarlos y trasladarlos a Laeken, a las afueras de Bruselas. En la actualidad, la torre, el pabellón y el Museo de Arte Japonés componen un sugerente Museo del Extremo Oriente. Se encuentran en el interior de un parque, rodeados de árboles. Al llegar la primavera, cuando florecen los almendros, el conjunto se traslada verdaderamente a oriente y confunde al espectador.
La Torre Japonesa está montada sin usar clavos, según la técnica tradicional nipona. En su interior se encuentra la parte de la colección del Museo del Extremo Oriente dedicada a la porcelana decorativa japonesa. Se inauguró en 1905 tras una gran fiesta en el parque. Desde entonces, se integró en el paisaje belga.
El Pabellón Chino tiene menos altura, pero es igualmente impresionante. Sigue la estética tradicional china y es más recargado, dorado y estridente. Juntos componen una estampa diferente y muy recomendable.
Los edificios han sido cerrados al público de forma indefinida, pero su encanto reside en el conjunto arquitectónico y la paz que se respira en el parque. Solo por eso bien merecen una visita.